Viaje al horror by Curtis Garland

Viaje al horror by Curtis Garland

autor:Curtis Garland [Garland, Curtis]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Terror
editor: ePubLibre
publicado: 1976-01-01T00:00:00+00:00


CAPÍTULO V

No apareció.

Era avanzada la madrugada. El viento rugía afuera. Los rayos restallaban en el cielo negro, desgarrándolo con luz lívida, y haciendo estremecer el navío de proa a popa, con el estruendo ensordecedor de sus truenos. El mar Caribe, enfurecido, zarandeaba violentamente al Sally Ann II. Los crujidos del casco, hacían temer lo peor. Pero era sólo apariencia. El bergantín soportaría eso y mucho más. A pesar de su velamen desgarrado, en parte recogido, en parte colgando lastimosamente de las jarcias.

Pero Diana Darrin no había aparecido. En ninguna parte del barco. A pesar de la búsqueda exhaustiva. A pesar de haber recorrido todas las bodegas del bergantín, bajo su línea de flotación. Las cajas de la carga chirriaban, agitándose entre sus ataduras, amenazando en apariencia volcarse a un lado y provocar el naufragio. Pero resistían las ligaduras de seguridad. Y todo se reducía a un constante sobresalto.

Alan había revisado todo, incluso entre los cajones de carga, en su mayoría provistos de víveres, agua potable, materiales útiles a bordo… Un cajón con marcas de tiza azul, más grande y pesado que los otros, producía estremecedores chirridos, en medio de la bodega, fuertemente sujeto con cadenas. Tampoco en derredor suyo había el menor rastro de la desaparecida actriz. Pese a ello, Alan había hecho una pregunta:

—Sir Josuah, ¿qué hay en ese cajón? Parece muy pesado…

—No, nada —eludió el armador y capitán, sin mirarle, como restando importancia al hecho—. Nada especial, Conway. Material de emergencia, si sufrimos daños a bordo. Es todo.

A Alan no le convenció la explicación. Pero no insistió. Después de todo, era Diana Darrin la que importaba ahora. Y no estaba en ninguna parte. No había rastro de ella.

—Dios mío… —jadeó al final sir Josuah Salters, dejándose caer, abatido, junto al timonel Scott, que estaba ahora de servicio—. ¿Qué ha podido sucederle?

—Sea lo que sea, no podemos saberlo. Lo único cierto es que parece no estar a bordo… —susurró amargamente Conway—. Y eso es grave. Muy grave. Pudo caer al mar.

—¡No la vieron en cubierta! ¡No hubiera salido en camisón, y descalza, con esta noche de todos los infiernos! —aulló sir Josuah. Y un fulgor y el estampido de la descarga eléctrica, iluminando de modo fantasmal la cubierta del que parecía ahora el auténtico Holandés Errante de la leyenda, perdido en los negros mares del infierno, subrayó dramáticamente las palabras del aristócrata inglés.

—Conforme. No salió del camarote. Entonces, ¿quién entró allí y la hizo desaparecer? ¿Qué está sucediendo a bordo, capitán?

—Sé tanto como usted, Conway —se exasperó el padre de Daphne, encarándose con el joven periodista, bajo el azote del viento y el agua pulverizada, entre bamboleos siniestros del barco nuevo, hecho a la vieja usanza—. Mañana iniciaré una investigación formal. Abriremos una encuesta a bordo, y nadie escapará a interrogatorios y pesquisas. Pero ahora, lo primordial es salvar esta tormenta y salir bien librados de ella. Vuelva a su camarote, Alan. Trate de dormir. Este es trabajo mío. Y yo lo haré. Mañana será un día diferente, ya lo verá.



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